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Al ver a su mujer
Joseph entró en la cocina, con los ojos desorbitados, y vio a su mujer inmóvil. Había un plato roto a sus pies. Su rostro era una mezcla de sorpresa y alivio. Señaló con la mano, que temblaba ligeramente, el armario que había debajo del fregadero. “Ha entrado ahí”, susurró.