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Frustración normalizada
George no sentía más que confusión absoluta. Las calles volvían a ser completamente normales. Los peatones caminaban siguiendo patrones familiares, y los coches volvían a llenar la calzada. Preguntó a los hombres adecuados qué era todo aquello, pero permanecieron callados y se limitaron a alejarse. Pero todo cambió cuando George encendió la televisión.
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